domingo, 24 de mayo de 2009

Una de piratas

Hace unos dias, volviendo del trabajo al que tengo que acudir todos los dias para poder continuar pagando mis facturas, escuchaba en la radio a un viejo rockero defendiendo su derecho a seguir viviendo de unas canciones que escribió hace veinte años. No lo entiendo. Independiente de que hay algunos autores que pretenden hacerlo por unos temas que deberían estar tipificados como delito contra la salud pública, yo no solicité que compusieras esas canciones. Cuando entras en la casa que te lograste comprar con los beneficios obtenidos guitarra al hombro y delante de público, ni el que construyó tu casa ni el que fabricó el llavín que te permite la entrada cobran por el uso que haces de ello. Ya lo hicieron en su momento.
Hace 5 siglos “España descubrió América”. Y se la llevó, con la misma legitimidad que un chorizo encuentra un coche en la calle y se lo lleva, pero no es este el tema ahora. Unos listillos vieron que los Reyes españoles se estaban forrando a base de las riquezas que se traían de allí, y echaron sus barcos al agua y se dedicaron a la piratería. Y entonces la corona de la Pérfida Albión pensó que también quería un trozo del pastel, se puso en contacto con unos cuantos piratas, los hizo funcionarios y los puso a trabajar por un fijo+incentivos, robando para ellos.


En paises del tercer mundo, es fácil encontrarte que en medio de una carretera perdida (o del desierto!!!) cualquiera consigue un arma y te cobra lo que le apetece por cruzar por donde ayer ni siquiera era público, no tenía dueño.


Ahora estoy escribiendo este texto en un ordenador por el cual te tuve que pagar un diezmo. La imagen que lo ilustra está hecha con una cámara por la que te tuve que pagar una mordida, y quedó registrada en una tarjeta de memoria de cuyo precio te quedaste un porcentaje. Y ahora la guardo en un disco duro externo de cuya venta te llevaste un impuesto especial. No lo entiendo, pero para ser justos, si yo te pago por tu obra, tu debieras pagarme por la mia, ¿no? Al fin y al cabo, si miramos las horas invertidas, seguramente hay fotos ahí en mi galería, en el enlace de la columna de al lado, que me han costado más horas de tratamiento que a ti componer una canción.

Así que te rogaría que seas recíproco, y que me envíes un email dándome datos para que yo pueda cobrarte por el disfrute visual de mi obra.

Y de paso, porfa, colega, enrróllate, tio, explícame otra vez lo de los piratas, tio, que el otro dia me pillaste con el coco espeso y nomenteré demasiao, tio...

miércoles, 13 de mayo de 2009

Cebollas y margaritas

Podría contar que en este Sant Jordi me han regalado un profundo ensayo sobre cánticos neardenthales basados en el estudio morfológico de los restos encontrados en el Sudeste polaco, pero mentiría. Mi pareja, que me conoce mucho, me ha regalado un delicioso librito de Mortadelo y Filemón. Tal y como están las cosas, tampoco es malo cualquier cosa capaz de arrancar unas risas.
Una vez devorado, lo he vuelto a releer con tranquilidad, y he examinado con detenimiento la portada.



Los cuernos se entrelazan con las letras. Pero es que el casco está coronado con un WC y uno de los remaches está sustituido por un dial. Caramba, un dedo enseña el hueso. Las modernas pulseras de goma han sido sustituidas por una lagartija. El piercing de la nariz sostiene un chupete y de su cuello cuelga una bolsa con un móvil. Nuestro vikingo lleva un boli en el pantalón y su puñal es apto para el lavavajillas. Aprovechando que el calzado se le ha salido, una rata que habita dentro sale a respirar. Y Rompetechos saluda al respetable después de clavarle unas banderillas de los colores de la bandera andaluza mientras la firma del autor, que va por libre, celebra la faena agitando el pañuelo.

Todo eso no estaba ahí cuando Ibañez tomó el lápiz, era un papel blanco. Cada uno de los detalles que aparecen en esa imagen son fruto de el trabajo consciente de su autor.

Pensemos también en un escritor de novelas. Yo no sé escribir, otra de mis carencias, pero por lo que he oído no hay ningún personaje, por marginal que sea, que se cuele en un relato que no haya sido "invitado" por su autor.

La creación de una obra puede enfrentarse como un trabajo por capas. Volviendo al símil de la novela, en una primera capa estaría casi el resumen. A conoce a B, se fugan y se casan. Punto. Hay novelas románticas de baratillo que sólo sobrepasan levemente este nivel...
Añadamos otra capa. "A" y "B" ya tienen nombre y domicilio, viven en determinada ciudad y se fugan a un pueblo de montaña. En la siguiente capa, tienen una vida anterior al inicio de la novela y un entorno familiar. En otra capa salen los amigos. La siguiente capa nos describe el clima del pueblo de montaña. La próxima nos cuenta de los lugareños y como los acogen. En la posterior salen los problemas vecinales de los habitantes del pueblecito y como se implican "A" y"B"... Y así tanto como las ganas, la imaginación y la habilidad del autor le permitan. Todas esas capas, combinadas, contribuyen a dar riqueza y credibilidad al relato. Hay partes de la historia que seguramente al lector se le escapan, o al menos eso le parece, pero producen una visión lateral que enriquece el texto.

En una película, todos los personales que aparecen en pantalla son actores, incluso ese camarero que cruza fugazmente con una bandeja de canapés o el chico en bicicleta que adelanta el protagonista. Todas las capas de desarrollo de la historia son las que la enriquecen. Si nos vemos unos spaguetti-western de bajo presupuesto veremos que apenas se quedan con la capa background. La comparamos con "el jinete pálido" o "Blade Runner", que no deja de ser un western exportado y apreciaremos la riqueza de matices añadidos a una historia cuyo resumen puede ser similar. Es curioso constatar como conforme más fast food, más serie Z se convierte una imagen o una película, más se parece la capa única. En estos momentos se me ocurren como ejemplos las tarjetas de felicitación de cumpleaños y las pelis porno, cada una en su campo y por poner ejemplos extremos.

¿Qué es lo que determina las capas que tendrá una imagen? Evidentemente la habilidad del autor por crear historias paralelas, pero también la habilidad del lector para ser capaz de descubrirlas. Saber a quien se dirige el mensaje indica al creador la complejidad que debe tener la creación. Cuando se habla de literatura infantil, juvenil, de música “de ascensor”, de ensayo...realmente se está categorizando la complejidad de lectura de cada obra. Un niño no va a entender a Kafka (me temo que yo tampoco...) y un adulto con un mínimo cultural se va aburrir con un cuento infantil. Y lo realmente maravilloso es crear un cuento infantil en el que un adulto, al releerlo muchos años después, sea capaz de encontrar matices nuevos que le complementen la historia y hagan de lo que está leyendo una experiencia nueva. Se me ocurre ahora como ejemplo “El Principito”.

Una imagen cuenta una historia. Ya lo he escrito otras veces. Es fantástico examinar una fotografía de algún maestro e ir descubriendo como alrededor del motivo central, evidente, hay multitud de pequeños detalles que complementan el mensaje original, y como consiguen que esa lectura más profunda se realice poco a poco, en un acto de comprensión en el que entra en acción la complicidad de la inteligencia del lector. Una de las claves para que una historia quede residente como patrimonio de nuestro bagaje cultural es que el autor consiga hacer cómplice a nuestro cerebro, que se implique y que se maraville de descubrir cosas que parecen escondidas a partir de pistas que el autor, con toda intención deja diseminadas por la imagen.
Como esto suena raro, un ejemplo básico. Las novelas de misterio. Atrapan porque el lector se convierte en parte activa, en detective de la historia. Nadie compraría una novela de misterio que se llamara “El asesino es el mayordomo” si el asesino es el mayordomo...

Así que resumiendo, la creación de una buena obra pasa por una creación consciente del mensaje, por un arropado a base de capas de cebolla y acaba por el deshojado de esas capas por parte del lector hasta llegar al mensaje principal. Invito al lector al juego de tomar un libro de fotografias y examinarlas como un detective examina unas pruebas y descrubrir esos matices que hasta entonces habían pasado desapercibidos.

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Lo terrorífico es que estamos inmersos en un ambiente de consumo de mensajes monocapa. Por un lado el concepto de democracia cultural y por el de verdad el de que una sociedad como la nuestra necesita sustentarse en el gran consumo propician que los mensajes que se elaboran sean lo más sencillitos posible para que lleguen a todo el mundo. El mensaje reducido al axioma (o al artículo de fe) ayuda a no solo que nos vendan productos cuyas capacidades están por encima de nuestras necesidades sino a que reaccionemos como un banco de sardinas a cualquier estímulo que nos llegue desde fuera, y esto facilita la vida a los políticos... Pero parece que me estoy yendo por las ramas.

domingo, 3 de mayo de 2009

La misantropía necesaria

Hoy me han invitado a un buffet libre.

En alguna peli de espias he visto que cuando te torturan, lo mejor es concentrar toda tu mente en algo que te haga no ser consciente de estar donde estás. Así que mentalmente me he dedicado a evadirme escribiendo esta entrada para el blog.

Por si has tenido la suerte de no ir nunca a un buffet libre, te pongo en antecedentes. Suele ser un local grande, con pasillos mínimos entre las mesas, donde por un precio fijo te puedes comer todo lo que te quepa. Eso propicia que la avaricia estomacal (si la comida es decente se llama gula, creo) haga que los comensales se lancen por oleadas a comerse todo lo que ponen en las bandejas, aunque sea de una calidad que examinado serenamente no se lo darías al perro. Es la versión primermundista de esas imágenes de los campos de refugiados cuando alguna ONG distribuye comida desde la caja de un camión, pero sin la necesidad que en el tercer mundo lo propicia. En ese clima de bacanal anárquica, los crios corren entre las mesas y golpean durante horas las copas con el tenedor, mientras gordos en camiseta imperio y gordas con pantalones de talle bajo enseñando la goma del tanga llenan una y otra vez el plato. A la hora del segundo (o quinto plato) todo el mundo grita y rie y pide otra cerveza o renueva los chupitos de baisleis.

Todos tenemos un área privada. Es un espacio intangible alrededor nuestro que es nuestra campana de protección. Cuando alguien penetra dentro de ese volumen es como si violara alguna intimidad y nos hace sentir muy violentos. A veces, cuando estamos con una persona querida, ese espacio se reduce a la nada, y cuando estamos en situaciones que nos desagradan se expande. El mio en el buffet debía medir varios kilómetros. Si una parte importante de la comida es el ambiente, el placer de saborear, hacer que el tiempo se detenga en cada nuevo matiz de sabor, los buffets libres son a la restauración lo que un taller de planchistería a la música sinfónica.







Estas dos fotos son consecuencia de esos paseos tras un largo trayecto. Salir sin rumbo fijo, sin una foto prediseñada en la mente y dejar que éstas te sorprendan a la vuelta de cualquier camino es uno de los procesos más íntimos que proporciona la fotografía


Cuando viajo comparto con otros viajeros el mismo vehículo, y se que debo renunciar durante horas diariamente a mantener ese espacio de privacidad alrededor. Afortunadamente acostumbran a formar parte de la gente a la que quiero, y no me cuesta sacrificar ese palmo alrededor mio. Pero de vez en cuando, y me cuido mucho de avisarlo, necesito sacar a mi ego a que se estire y bostece. Y entonces cojo mi cámara, y me voy unas horas en compañía de mi mismo a dejar que el paisaje se explique y que las luces me cuenten historias. Lo hacen en voz muy bajita, y necesito estar sólo para que ningún ruido ajeno me impida entender lo que dicen, pues no acostumbran a decirlo dos veces. Vas caminando con todos tus sensores relajadamente abiertos y de los rincones vas oyendo: "Pss!! Mírame!" y entonces es cuando vas descubriendo la magia de una iluminación entre unas nubes, los sueños de descubrimiento de una embarcación varada al atardecer, la mirada desenfocada de unas ventanas o la vieja máquina cansada y abandonada. Y en esos momentos cuando surgen mis mejores tomas. Lo otro, lo de ir a mogollón a fotografiar el monumento que toca, y la luz es la que había, que pena, y dentro de una hora será mejor, pero nos tenemos que ir, no es más que el buffet libre de la fotografía. Con la diferencia que el dolor de tripas que te provoca perder manjares fotográficos no se cura con ningún bicarbonato.