Podría contar que en este Sant Jordi me han regalado un profundo ensayo sobre cánticos neardenthales basados en el estudio morfológico de los restos encontrados en el Sudeste polaco, pero mentiría. Mi pareja, que me conoce mucho, me ha regalado un delicioso librito de Mortadelo y Filemón. Tal y como están las cosas, tampoco es malo cualquier cosa capaz de arrancar unas risas.
Una vez devorado, lo he vuelto a releer con tranquilidad, y he examinado con detenimiento la portada.

Los cuernos se entrelazan con las letras. Pero es que el casco está coronado con un WC y uno de los remaches está sustituido por un dial. Caramba, un dedo enseña el hueso. Las modernas pulseras de goma han sido sustituidas por una lagartija. El piercing de la nariz sostiene un chupete y de su cuello cuelga una bolsa con un móvil. Nuestro vikingo lleva un boli en el pantalón y su puñal es apto para el lavavajillas. Aprovechando que el calzado se le ha salido, una rata que habita dentro sale a respirar. Y Rompetechos saluda al respetable después de clavarle unas banderillas de los colores de la bandera andaluza mientras la firma del autor, que va por libre, celebra la faena agitando el pañuelo.
Todo eso no estaba ahí cuando Ibañez tomó el lápiz, era un papel blanco. Cada uno de los detalles que aparecen en esa imagen son fruto de el trabajo consciente de su autor.
Pensemos también en un escritor de novelas. Yo no sé escribir, otra de mis carencias, pero por lo que he oído no hay ningún personaje, por marginal que sea, que se cuele en un relato que no haya sido "invitado" por su autor.
La creación de una obra puede enfrentarse como un trabajo por capas. Volviendo al símil de la novela, en una primera capa estaría casi el resumen. A conoce a B, se fugan y se casan. Punto. Hay novelas románticas de baratillo que sólo sobrepasan levemente este nivel...
Añadamos otra capa. "A" y "B" ya tienen nombre y domicilio, viven en determinada ciudad y se fugan a un pueblo de montaña. En la siguiente capa, tienen una vida anterior al inicio de la novela y un entorno familiar. En otra capa salen los amigos. La siguiente capa nos describe el clima del pueblo de montaña. La próxima nos cuenta de los lugareños y como los acogen. En la posterior salen los problemas vecinales de los habitantes del pueblecito y como se implican "A" y"B"... Y así tanto como las ganas, la imaginación y la habilidad del autor le permitan. Todas esas capas, combinadas, contribuyen a dar riqueza y credibilidad al relato. Hay partes de la historia que seguramente al lector se le escapan, o al menos eso le parece, pero producen una visión lateral que enriquece el texto.
En una película, todos los personales que aparecen en pantalla son actores, incluso ese camarero que cruza fugazmente con una bandeja de canapés o el chico en bicicleta que adelanta el protagonista. Todas las capas de desarrollo de la historia son las que la enriquecen. Si nos vemos unos spaguetti-western de bajo presupuesto veremos que apenas se quedan con la capa background. La comparamos con "el jinete pálido" o "Blade Runner", que no deja de ser un western exportado y apreciaremos la riqueza de matices añadidos a una historia cuyo resumen puede ser similar. Es curioso constatar como conforme más fast food, más serie Z se convierte una imagen o una película, más se parece la capa única. En estos momentos se me ocurren como ejemplos las tarjetas de felicitación de cumpleaños y las pelis porno, cada una en su campo y por poner ejemplos extremos.
¿Qué es lo que determina las capas que tendrá una imagen? Evidentemente la habilidad del autor por crear historias paralelas, pero también la habilidad del lector para ser capaz de descubrirlas. Saber a quien se dirige el mensaje indica al creador la complejidad que debe tener la creación. Cuando se habla de literatura infantil, juvenil, de música “de ascensor”, de ensayo...realmente se está categorizando la complejidad de lectura de cada obra. Un niño no va a entender a Kafka (me temo que yo tampoco...) y un adulto con un mínimo cultural se va aburrir con un cuento infantil. Y lo realmente maravilloso es crear un cuento infantil en el que un adulto, al releerlo muchos años después, sea capaz de encontrar matices nuevos que le complementen la historia y hagan de lo que está leyendo una experiencia nueva. Se me ocurre ahora como ejemplo “El Principito”.
Una imagen cuenta una historia. Ya lo he escrito otras veces. Es fantástico examinar una fotografía de algún maestro e ir descubriendo como alrededor del motivo central, evidente, hay multitud de pequeños detalles que complementan el mensaje original, y como consiguen que esa lectura más profunda se realice poco a poco, en un acto de comprensión en el que entra en acción la complicidad de la inteligencia del lector. Una de las claves para que una historia quede residente como patrimonio de nuestro bagaje cultural es que el autor consiga hacer cómplice a nuestro cerebro, que se implique y que se maraville de descubrir cosas que parecen escondidas a partir de pistas que el autor, con toda intención deja diseminadas por la imagen.
Como esto suena raro, un ejemplo básico. Las novelas de misterio. Atrapan porque el lector se convierte en parte activa, en detective de la historia. Nadie compraría una novela de misterio que se llamara “El asesino es el mayordomo” si el asesino es el mayordomo...
Así que resumiendo, la creación de una buena obra pasa por una creación consciente del mensaje, por un arropado a base de capas de cebolla y acaba por el deshojado de esas capas por parte del lector hasta llegar al mensaje principal. Invito al lector al juego de tomar un libro de fotografias y examinarlas como un detective examina unas pruebas y descrubrir esos matices que hasta entonces habían pasado desapercibidos.
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Lo terrorífico es que estamos inmersos en un ambiente de consumo de mensajes monocapa. Por un lado el concepto de democracia cultural y por el de verdad el de que una sociedad como la nuestra necesita sustentarse en el gran consumo propician que los mensajes que se elaboran sean lo más sencillitos posible para que lleguen a todo el mundo. El mensaje reducido al axioma (o al artículo de fe) ayuda a no solo que nos vendan productos cuyas capacidades están por encima de nuestras necesidades sino a que reaccionemos como un banco de sardinas a cualquier estímulo que nos llegue desde fuera, y esto facilita la vida a los políticos... Pero parece que me estoy yendo por las ramas.