sábado, 7 de febrero de 2009

Un filtro de cartón

Tengo que confesar que a mi el revelado analógico me encantaba. Fotos no tiraba muchas, pero pasaba tarde tras tarde dentro del cuarto oscuro, empapándome de aquel olor tan característico y escuchando heavy a todo volumen (si, soy un bicho raro, pero me relaja y me desconecta del resto del mundo). Cuando di el pasito al mundo digital agradecí que el Photoshop me permitiera tener un laboratorio fotográfico listo para su uso en todo momento sin tener que extender trastos al empezar y recoger y limpiar al acabar (eso lo odiaba, mira...) pero eché de menos todos los truquillos que fuí desarrollando al lado de la ampliadora. Y de alguna forma he ido adaptando los procesos que hacía para modificar la respuesta de color y contraste en las copias de papel a procesos con el revelado digital.

Hace dos años me encontré en un barco de madera cruzando el Báltico e intenté hacer fotografías que ayudasen a mi pobre memoria en el futuro. El interior básicamente era un estrecho pasillo de madera con dos accesos a cubierta en los dos extremos, con lo que fotográficamente tenía un pasillo de madera oscuro, sin iluminación apenas, que acabada abruptamente en el acceso a cubierta, fuertemente iluminado por el Sol. Tenía trípode pero un par de pruebas dejaron claro que la diferencia de diafragmas entre el pasillo y la salida era demasiado como para meterlo todo en una única imagen. Podía haber intentado un HDR (High Dynamic Range, un proceso en el que se combinan varias imágenes con distinta exposición de tal forma que al final se consigue una fotografía en la que todo tiene una exposición razonable como para mostrar detalle) pero ese sistema tiende a producir imágenes muy artificiosas. La mejor solución hubiese sido sin duda hacer una medida fotométrica del pasillo iluminado por sus bombillas, que no van a variar, e ir midiendo la luz que llega al acceso del fondo hasta que al caer la tarde, la diferencia de diafragmas entre ambas zonas fuese menor y permitiera conseguir detalles en ambas zonas. Pero el trabajo en un barco no permite hacer planes ni siquiera a corto plazo, y menos navegando en el Báltico, así que había que intentar alguna otra cosa.

Y entonces me acordé de la ampliadora, y me pregunté si no podría hacer una reserva, tal y como lo hacía en el positivado, pero diréctamente en la cámara. Coloqué la cámara en el trípode, cerré el diafragma suficiente como para que la expo fuese de algunos segundos y a falta de otra cosa, puse el dedo delante del objetivo intentando bloquear la luz deslumbrante que ocupaba la zona central. Ya en casa, el resultado no fué el esperado porque mi dedo blanquito no era lo ideal para hacer esa reserva y se ve una especie de fantasma, pero al menos el recuerdo lo tengo.



El año pasado tuve la oportunidad de probar de nuevo el sistema. Amanecía en un lago en Finlandia y se respiraba una calma mágica. Pero una foto de un lago liso, sin más, tiene poca enjundia, así que decidí incluir un primer plano de las piedras del muelle. Pero una vez más la diferencia de iluminación entre un horizonte por el cual estaba a punto de aparecer el Sol y las piedras de primer plano era excesiva. Afortunadamente esta vez tenía en mi mano un filtro de alta tecnología: Un recorte de una caja de cartón.

Así que repetí el proceso, coloqué el trípode, disparador de cable, exposición larga y el cartón movido delante del objetivo como si estuviese en el interior de la ampliadora más grande del mundo. Y esta vez, la imagen fué justo la que había imaginado.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buen resultado en la segunda, buen equilibrio. Las viejas ideas muchas veces son una buena solución para los "nuevos" problemas ;-)