lunes, 8 de junio de 2009

Cebollas y margaritas en tempura

Justo unos dias después de haber publicado la entrada “Cebollas y Margaritas” a un buen amigo con el que tengo el placer de compartir el foro de fotografía más pequeño que conozco le han pedido unas fotos. Nada comprometido y profesional (en el sentido de facturas y eso), sólo un favor entre amigos.

Esto ha sido la oportunidad para generar una decente cantidad de mensajes que ahondan el lo que apuntaba en aquella entrada del blog y que quizás vale usar como caso práctico.

La primera idea es que el cliente sabe lo que quiere, pero no sabe que lo sabe. Pongamos que el dueño de un restaurante te llama y te pide unas fotos para una carta en el exterior. Nada especial, que queden bien... esas cosas que te dicen para chutarte toda la responsabilidad.
Tu coges la cámara, el flash y te vas al restaurante, te traen el menú, le hechas unas fotos y antes de que se empiece a enfriar ya te lo estás comiendo. Al dia siguiente te vas con el lápiz USB y las fotos y se las enseñas. Caramba, no da saltos de alegría... No lo entiendo. Están enfocadas... Te las miras críticamente y ves que no tienen un aspecto tan rico, rico como parecían mientras te los zampabas. El filete parece que se olvidó en la parrilla y las patatas fritas parecen empapadas en aceite. Pero si estaban perfectos! Si no les he hecho nada con el Photoshop!!

-Debe haber sido el flash, dices, a modo de excusa...

Vista tu cara de desconcierto, el dueño intenta ayudarte: “ Nada, si lo que quiero es muy sencillo, que se vea natural, no te compliques. Que la gente vea las fotos y sepa que se va a encontrar como en casa.
Ya lo tienes! Un mantel a cuadritos marrones, el plato de crudités en tempura y de atrezzo un botijo. La mitad de las casas tienen algo así.

Tampoco. Hombre, ya sabes que intentamos que este restaurante sea un poco especial, que nos queremos destacar ligeramente del resto de los restaurantes de los alrededores...

Tu, intentando ahorrarte la próxima decepción, le sugieres montar el plató en el casino de Montecarlo con un mantel de hilo de algodón crudo de Armenia. Podría haber una camarera vestida de oriental con postizos de oro en las uñas sirviendo el .....que no, que ves en su cara que tampoco es eso.

Toda esta exageración es para alargar un poco lo que podía haber escrito a la primera. El cliente sabe lo que quiere aunque no te lo sepa contar, y tu sabes lo que quiere aunque realizarlo te cueste algo de tiempo.

Lo que distingue un profesional (de lo que sea) de un aficionado es que éste improvisa, y el primero planifica. Vamos a planificar, pues. La cámara, por ahora, en el armario.

Supongamos, es un suponer :-D, que es un restaurante oriental el que nos pide las fotos. Vamos a hacernos una lista de conceptos, de tópicos, que se nos vienen a la cabeza.

Palillos. Decoración con frutas esculpidas. Muebles lacados. Negro y rojo. Bambú. Porcelana. Ritual. Té. Tranquilidad (podría ser jolgorio y karaoke, depende de que buscamos). ventanas de papel de arroz, luz muy tamizada. Cuenquitos. Arroz. Oso panda...

Podemos hacer la lista más larga, a nuestro aire. Eso son elementos que dejados caer en la imagen nos van a dar ese aire oriental que buscamos.

Empezamos a imaginar la foto. Si sabes dibujar mínimamente, es el momento de coger el lápiz y hacer pequeños esbozos (muy pequeños, 3x4 cm o así) que te dejen hacerte una idea de como distribuir las grandes masas de la imagen, pero que no te permita entrar en detalles y pintar los fideos fritos de uno en uno.

Un mantel de varillitas de bambú. Quizás un mantelito individual sobre un mueble lacado (una cartulina negra con un vidrio encima puede que de el pego, hay que probarlo). Un plato de porcelana y unos palillos “descuidados” encima. Aquí hay variantes, depende de lo que se quiera conseguir. Si buscamos que sea un restaurante chino en la linea Fast food, un plato redondo con decoraciones y unos palillos de bambú normales ya valen. Pero si el restaurante tiene que tener cierto empaque, posiblemente un plato sin decoración, seguramente rectangular, con unas formas más fluidas, elegantes funcionará mejor. Los palillos pueden ser negros, con mango de marfil y también añadirán clase a la imagen final.

Cantidades. Comer poco esta de moda, es “fino”, elegante. Es importante que el plato sea un poco como una composición, un minijardín oriental. Pocos elementos, pero armonizando en volúmenes y color. Un poco como un cuadro dentro de una foto. Un plato lleno está bien para anunciar las fabadas de la abuela, pero no para esto. Por supuesto, un cuenco o un plato manchado arruinará esa sensación de clase que estamos intentando reforzar elemento tras elemento.

Otro punto importante es que cuando comemos, no sólo vemos el plato. Lo olemos, lo saboreamos, notamos la temperatura, lo vemos en estéreo, con distintas luces y fondos. Eso hace que nuestra percepción de las cosas sea mucho más compleja de lo que sale en la imagen al fotografiarla. Nada de eso lo tenemos en una foto, y habrá que hacer trampa. Los filetes de las fotos están prácticamente crudos, con las líneas de la parrilla pintadas con un soldador. La espuma del café es de jabón. las gotitas de agua que se condensan en la fría botella de cerveza es un spray que le da el aspecto mate y gotas de glicerina aplicadas una a una a pincel. Los helados son de puré de patata teñido. El hielo picado dentro de una bebida es simplemente una bolsa de plástico arrugada dentro del vaso. La mayoría de bebidas es agua y gotas de anilina líquida. Todo esto dirigido a que ese vino, ese refresco de cola o esa salsa tenga esa transparencia en la foto que recordamos, aunque esa transparencia solo se manifieste cuando movemos la copa delante de una lámpara. Hay que ponerse a meditar delante de un plato de tempura para descubrir un poco más allá del primario “comida, ñam! ñam!”. Que le podríamos hacer para transmitir eso que nos hace salivar al verlas salir de la freidora, tan doradas.

La iluminación no es fácil. Unas luces duras, con claroscuros, nos van a transmitir la idea de una cocina tradicional, de la abuela, porque esa es la luz que imaginamos que había en aquellas cocinas . Y eso está bueno, pero no es chic. Si me imagino una salita japonesa con grandes ventanales de papel de arroz puedo ver que ahí hay una iluminación casi de tienda. quizás esa sea la idea a usar, apoyada con alguna luz principal para que añada algo de volumen.

Bueno, tampoco se trata de hacer un tratado de como hacer una foto de este tipo aquí, sino de hablar de la actitud ante la realización. Del trabajo previo a la foto.

Luego, cuando alguien vea la foto final, le parecerá simplemente una foto de un plato oriental para un restaurante japonés. El dueño del restaurante ha traído el plato a la mesa y el fotógrafo ha hecho la foto. Bué! eso lo puede hacer cualquiera. Hasta que lo intente, y entonces descubrirá que a él no le sale. Es lo que tiene ser un aficionado.


No pongo fotos esta vez. Es mejor proponer un juego. Escribid "tempura" en una búsqueda en Google y mirad las imágenes que el buscador ofrece. Comprobad que a pesar de que el motivo es el mismo, lo que dicen las fotos puede variar un mundo. Para los muy perezosos (cachis...) pongo un par de enlaces para abrir boca.

Este es el primero y este es el segundo enlace

2 comentarios:

Tirs dijo...

Bueno, vale, pero hay que tener en cuenta que muchas veces las limitaciones las impone el propio cliente, como tú has dejado muy claro en el párrafo sobre el casino de Montecarlo. A veces tenemos muy claro cómo hacer las cosas, pero "no hay tiempo", "el cocinero está a tope de trabajo, así que vamos fotografiando los platos que vayan saliendo de la cocina a medida que los clientes los pidan", "de dónde saco yo un mantel de ese color", etcétera etcétera etcétera. El problema de estas cosas "en confianza" es que el concepto que subyace detrás es "en baratillo". Si el dueño del restaurante contrata a un fotógrafo en plan profesional (y con "en plan" no me refiero a que lo sea más o menos, sino a que haga presupuesto previo, facture, etc), probablemente el encarguito costará "una pa$ta desorbitada para cuatro fotos de nada", pero eso será porque el fotógrafo hará lo que tenga que hacer, comprará lo que haga falta, y dedicará todo el tiempo necesario. Los encargos "sencillitos de amiguetes" son encargos-trampa.

Allá por 1987, cuando la fotografía digital no existía y el Photoshop era un simple proyecto en las cabezas de alguien, mi jefe de aquellos tiempos encargó una única foto de un ordenador. Le presupuestaron quince mil pesetas de las de entonces ¡por una foto! Lo que hizo fue aceptar el presupuesto, pero mandarnos a mí y a un compañero al estudio del fotógrafo con la excusa de llevar y traer el ordenador, y claro, mientras el fotógrafo trabajaba ver en qué se iba ese presupuesto. Pues bien, efectivamente salimos del estudio convencidos de que la foto valía quince mil pesetas. Esa mañana "de escaqueo autorizado", como la definió mi jefe, me enseñó, mucho antes de que me diese por poner mis manos sobre una cámara con alguna pretensión, que el instante de pulsar el disparador es lo de menos. Muchos años más tarde estoy desenterrando ese conocimiento de mi memoria, y es una lástima que todos los "clientes" no sean como mi jefe.

(No, si al final me vas a echar del blog por gastarte todo el espacio, lo veo venir)

Soldevilla dijo...

Hola Tirs... No te voy a echar, sólo dejaré que escribas las entradas próximas :-D Buena anécdota esa del paleolítico fotográfico.

En cuanto a la idea general que planteas, es cierto que en momento de hiperdiseñismo (allá por el 90-92) se exageraba un montón y cualquier ultramarinos de la esquina tenía que tener una imagen de marca y una papelería diseñada con el mismo rigor que si fuese una multinacional. Afortunadamente a aquel montón de diseñadores fantasmas se nos llevó la crisis del 93 por delante y las aguas volvieron a su cauce. Ahora las cosas son más normales, a veces tirando a cutres, pero casi es mejor...