viernes, 24 de abril de 2009

Esto no es lo que parece

He leido hace unos dias un divertido cuentecito sobre Photoshop. Juntando eso con un follón en un foro acerca del caracter acientífico del tratamiento con ese programa, y algún comentario que siempre recibo cuando enseño las fotos de vacaciones ("claro, es que tu las modificas con el ordenador". Como si procesarlas fuese una verguenza que hay que sufrir en silencio!!) me ha dado pie para rumiar un poco sobre el tema aprovechando las casi dos horas diarias que desperdicio cada dia conduciendo para llegar al puesto de trabajo donde desperdicio el resto del dia.

La evolución de uso de Photoshop es realmente curiosa. Empiezas por pasar tus primeras imágenes digitales al ordenador, maravillándote de tener la posibilidad de manipular algo que hasta hace cuatro dias era coto cerrado de la tienda de fotos de la esquina. Con ciertas prevenciones, como si tocases algo prohibido, estiras un poco el histograma, aclaras al amiguete que ha quedado a contraluz. A la semana estás clonando todo lo que te parece que sobra, cambiando el color de las cosas, poniendo unas nubes imposibles y quitando años y michelines a la pareja. Hasta que en un raro momento de lucidez decides que hay que poner coto a tanto libertinaje y te autoimpones un código ético. En mi caso, no modificar más allá de lo posible una imagen. Es decir: Esa señora gorda vestida de fucsia me destroza la foto de la placita medieval. Como es muy posible que hace media hora no estuviese ahí, pues la clono sin problemas como si la foto la hubiese hecho media hora antes. Las gruas, los carteles, las torres de alta tensión están ahí y ahí llevan mucho tiempo formando parte del paisaje, y ahí se quedan, en la realidad y en la imagen. Muchas veces no hay una frontera tan meridiana, pero lo sobrellevo. Sigo aplicando lo de "no dejes que la realidad te estropee una buena foto" pero con moderación.

PS tiene otro enfoque bastante menos polémico y es luchar contra las limitaciones del medio digital. La latitud de exposición de una imagen digital respecto a un negativo analógico es bastante más reducida. Más allá de lo que recomendaban los libros, bajo la ampliadora podías hacer sub y sobreexposiciones salvajes que rescataban detalles en unos niveles de iluminación de la escena realmente alejados. Y lo que era mejor, una vez la imagen en papel, el ruido que entonces se llamaba grano era muy similar en toda la foto, sin importar si correspondia a la zona bien expuesta o a otra terriblemente sobreexpuesta. El digital es más puñetitas. Lo que ves, si has expuesto correctamente, se ve la mar de bien. Si te acercas a las altas luces. ahí puedes encontrar cosas y con trabajo rescatarlas, pero es fácil tener elementos "fritos". Pero si te arrimas a las zonas oscuras ahí aparecen todos los defectos habidos y por haber. Pero no sólo eso: Si la imagen que podemos ver en la realidad tiene una latitud (cuantas veces es más brillante la zona en la que podemos ver detalles respecto a la zona más oscura en la que podemos ver detalles) inmensa. La cámara puede captar sólo una parte de esa gama, así que aunque estamos viendo a simple vista detalles en brillos y sombras, la cámara captará una parte importante de esos extremos como saturados, es decir, sin detalle. Pero es que la pantalla del ordenador o peor aun el papel aun son capaces de mostrar menos gama. Si queremos que la imagen recupere algo de lo que somos capaces de ver a ojo desnudo tenemos que recurrir a procesados. Es decir, en este proceso, el revelado no hace trampa sino que nos ayuda a que la imagen final recuerde al original.

De hecho a la vuelta de mis vacaciones, una de mis prisas es revelar las fotografías suficientes para dejarlas con el aspecto que recuerdo aun de la realidad. Con el tiempo, los recuerdos se difuminan y sólo me quedan esas fotos como recuerdo de los lugares que recorrí y sobre todo de las sensaciones que recibí, con todas las dificultades que tiene representar en una imagen un sentimiento, una emoción, una temperatura o un olor.



En la foto que acompaña esto, me llamó la atención la gran máquina abandonada en medio de la nada, cubierta con colores que el sol y el tiempo han convertido en un camuflaje perfecto en el entorno desértico. Caía la tarde y las luces tambien armonizaban con el entorno como si hubiese un enorme filtro cálido sobre la zona. El horizonte estaba teñido con los tonos sucios característicos del desierto en el que la brisa permanentemente mantiene en suspensión el fino polvo.Unos niños jugando alrededor y mientras comprobaba encuadre y enfoque uno de ellos cruzó por detrás y lo ví a través de un hueco. El mito de Jonás... Al vaciar la tarjeta en el ordenador, la imagen conseguida distaba bastante de lo que me motivó a disparar la foto. Los colores eran desvaidos y el cielo era blanco. No era esa mi foto, desde luego. El tratamiento me ha ayudado a reordenar contrastes y tonos. No puedo afirmar que el paisaje original se parezca más más a una u otra imagen, pero sí que, en mi subjetividad, la segunda imagen se acerca mucho más a mis recuerdos. Y no pretendo más que eso, reflejar lo que me hizo presionar el disparador.



Dejadme ser malo: Sospecho que muchas de las críticas que recibe el tratamiento de una imagen provienen de camareros. Nada que decir del amigo que me trae la cerveza y la tapa de olivas, el camarero es el que tiene una cámara y la usa. El fotógrafo es el que hace fotografías y las utiliza como un idioma. Y aprender un idioma es lento y difícil, y algunos jamás logramos hablarlo bien. Así que siempre considera que la mejor defensa es un buen ataque y no entiende que comprar la misma marca de pinceles que utilizaba Dalí no nos garantiza en absoluto sus mismos resultados. Y no quiere o no puede dedicar las mismas horas que dedicó Dalí a aprender a pintar, con la incertidumbre de que despues de todo el esfuerzo igual no consigue resultados aceptables. Así que... ¡prohibamos los pinceles!!!

Mientras conduzco hacia el currelo voy escuchando la radio. Me van contando noticias. Y hasta en mis cortas entendederas me doy cuenta que no me están contando las noticias como son, sino como quieren que yo las vea. Incluso sospecho que hay noticias que no existen, que son desde el momento en que suenan en el altavoz. Y pienso que el Gran Hermano tiene un manejo fastuoso de su programa de tratamiento, y que cambia el filtro a través del que me deja ver el paisaje a su antojo y beneficio. Y no me siento nada culpable de borrar alguna arruguita de las cosas y de las caras que estimo.

2 comentarios:

Tirs dijo...

Ya era hora, Pelu. Ya era hora de que, de una maldita vez, pusieses por escrito, para que todo el mundo la viese, la charla que me diste aquel día en que te discutí la necesidad de retocar (yo usé esta palabra) mis fotos digitales. Hace ya mucho tiempo de eso: mi memoria daguerrotípica (que no fotográfica, eso sería exagerar) recuerda que mi mesa de despacho estaba al otro lado de la habitación. Y yo solamente tenía mi pequeña Fujifilm. Desde el día en que te escuché, mi Fujifilm creció. Y en su crecimiento tiró de mí hacia arriba.
Aún me queda mucho, muchísimo, por aprender; lo importante es que ahora lo sé.

Gracias (millones de ellas) por aquella epifanía, y me alegro de que hayas decidido compartirla.

Tirs dijo...

...y las luces tambien armonizaban con el entorno como si hubiese un enorme filtro cálido sobre la zona.Pelu, me estás empezando a preocupar. Me recuerdas al tío aquel adicto al Potochop, aquella historia que salió en el foro de canonistas. Se empieza así y se acaba mu malísimamente...