martes, 25 de agosto de 2009

Back to China (1)

Cinco años después de haber visitado algunas ciudades de China he regresado este verano del 2009, aprovechando que por allí era posible ver el eclipse de Sol más largo del siglo. China produce intensas sensaciones y no se si seré capaz de ponerlas en papel, pero allí voy:

HK

Hong Kong. Una de las ciudades míticas en mi cerebro, un must. Situada en un clima subtropical, el verano no es la mejor época para el viajero viajero ni para el viajero fotógrafo. El primer contacto ya en el aeropuerto es poco menos que delirante. Ante la epidemia de gripe, controles y controles, cámaras de infrarrojos que buscan viajeros con más temperatura de la cuenta y todos los funcionarios con mascarilla y manteniendo las distancias. Enfermeros haciendo muestreos...y los aires acondicionados reventando de trabajo. Cuando la temperatura media debe rondar muy cerquita de los 40º con un altísimo grado de humedad, el aire que sale de todas las fuentes de frio no creo que pase de los 18º. Mi primer pensamiento es que estoy en el país del Sr. Monk.


En el poco tiempo que paso en HK, la ciudad me comunica una sensación muy desagradable, muy poco habitable. Aunque es cierto que es una gran ciudad y que lejos de la zona más central seguramente tiene otro ritmo, la gente que se mueve por las calles lo hace deprisa, ensimismada. Apenas abandonas el aeropuerto, te recibe una muralla de bloques de viviendas de 50 pisos de altura. En la zona donde nos alojamos es como si los rascacielos hubiesen sido edificados encima de las antiguas construcciones, de forma que no ocupan un espacio aislado en la calle y te rodean sin dejarte demasiado espacio para respirar. Muchas calles tienen un segundo nivel para los viandantes, porque la calzada está invadida por los coches. En la zona más céntrica, la de los grandes bancos y hoteles, ni siquiera existe la posibilidad de caminar. Sólo hay rascacielos, pequeños parterres y calzada para los miles de vehículos. Los aires acondicionados siguen a máquina forzada y pasar por delante de cualquier galería comercial o tienda de moda significa que con lo que sale por la puerta, tu temperatura corporal cae 20º instantáneamente.

Al otro lado de la bahía, en la zona de lujo, se alinean las tiendas de las grandes marcas. Mucho letrero luminoso y mucho coche caro. Si no fuese por el especial caos circulatorio y evidentemente por el aspecto asiático de todas las personas con las que nos cruzamos podríamos estar en cualquier zona vip de Paris o Milán. Los stores de marcas de lujo tienen portero a la puerta y mucha gente dentro. Sorprendente, tanto por el precio de las mercancías que venden como por la gélida temperatura que mantienen en el interior, y que nos continua golpeando a cada puerta. Las niñas pijas con sus mejores galas hacen cola en la disco de turno y me miran con un mohín de asco al verme pasar sudoroso cargado con la mochila camarera. Me pierdo con un par de amigos y cenamos en un restaurante al azar en el que es imposible ver el exterior porque todas las vidrieras están cubiertas de agua condensada debido a la diferencia de temperatura.


Nuestro hotel está en la zona roja. De noche se llena de neones anunciando dancing girls. Algunas chicas de aspecto muy joven se comen un bocadillo a la puerta de sus puticlús y al pié de cada puerta hay siempre un pequeño altar con ofrendas de fruta e incienso. A dios rogando y con el mazo dando. Decido antes de irme a la cama dar un vistazo a un local de estos y tomarme la enésima cerveza. Tras el barullo del dia, en ese semisótano con poca gente, chicas que te dan conversación sin agobiar y, oh! maravilla, aire acondicionado moderado, la cerveza es la mejor del día.