martes, 8 de septiembre de 2009

Back to China (2)

Canton

Insistí personalmente en ir a Cantón. Cantón está a un tiro de piedra (bueno, a un ratito en un jet-foil) de Hong Kong y ver como se había mezclado una cultura tan mediterránea como la portuguesa con la china me parecía un experimento que pedía al menos unas horas. Ya, ya se que Portugal no tiene costas mediterráneas, pero el brazo del Mare Nostrum es muy largo.

Cantón o Macao, según que mapa uses, está dividida por una anchísima ria, cruzada por varios puentes. La parte norte corresponde al núcleo antiguo y nuestro hotel estaba en el lado equivocado. En el hall del hotel hay un atril con un libro de fotografías de Cantón de principios del siglo XX realizadas por un capitán portugués. Algún cliente con un extraño sentido del humor lo ha dejado abierto por la página dedicada a decapitaciones públicas. Mientras se reparten las llaves, hojeo las viejas fotografías de calles, personajes, trajes y me pregunto que queda de todo aquello.
Ya en el núcleo norte, nos recibe el casino. El casino es difícil de describir. Es una especie de gigantesca calabaza dorada llena abalorios y bombillas. Es un árbol de navidad reflejado en una de las bolas que cuelgan de él. Es nuestro primer contacto con los principios básicos del diseño moderno chino:

Principio 1.- A todo le cabe una bombilla más.

Principio 2.- Nada es suficientemente hortera.



Afortunadamente, basta caminar dos bocacalles para estar casi en el interior del libro del hall. Calles estrechas, rotuladas en portugués, con todo el regusto de una colonia de ultramar, empinándose hasta la antigua fortaleza que corona la colina, erizada de cañones y de turistas locales fotografiándose encima de cada piedra. En mi grupo predomina más mala leche, y como descubrimos que hay un cañón que apunta a través de su tronera directamente contra el casino, ordenaditos, todos hacemos la misma fotografía.

Nos desplazamos en autobús hasta un pequeño templo. Nada grandilocuente, un pequeño templo utilitario detrás de un muro en una calle absolutamente anónima. La refrigeración del autobús está tan alta que al salir de él se empañan todas las ópticas y espejos de mi equipo fotográfico. El pequeño templo tiene un rincón precioso, con una especie de armario plagado de pequeños cajones donde honran las cenizas de fieles que han decidido reposar allí por los restos. Unos rayos de luz que se cuelan por agujeros del techo iluminan aquí y allá los manojitos rojos de incienso esparcen volutas de humo azul. La fotografía es perfecta, pero allí estoy yo, como un cormorán secando las alas, en un pasillo al sol intentando que el calor de la mañana se lleve el vaho de mi equipo. Justo cuando todo el mundo ya está en el autobús de nuevo, desaparece la última mancha de humedad del objetivo y yo desaparezco dentro del templo a la búsqueda de esa foto, pero hay poca luz y mucho apremio. Aguanto la respiración, confío en el estabilizador, disparo y pierdo. La foto está movida.
Creo que ya estoy enfadado para el resto del dia, así que en cuanto estaciona el congelador me escapo a callejear y descubro un coqueto cementerio cristiano en medio de la ciudad. Un raro espacio abierto y silencioso entre los apilados edificios donde me quedo un rato fotografiando. Los ángeles de mármol tienen mucha paciencia posando mientras los rodeo buscando encuadres.



Nos sorprende que todas las ventanas y galerías están fuertemente cerradas por barrotes y nos cuentan que eso es para que los niños que se quedan solos en casa no tengan ningún accidente mientras los padres trabajan pero creo que no se lo cree nadie, y nos quedamos con las ganas de una explicación razonable. Los barrotes se explicarían en las plantas bajas o incluso en los primero y segundos pisos, que han perdido toda intimidad por mor de los pasos elevados que en muchas partes han construido para intentar librar a los peatones del tráfico, pero parecen de difícil justificación en un sexto o más arriba. Conducir en China debe ser una de las actividades más estressantes que se pueden realizar, solo reservada a autóctonos y suicidas.


A la vuelta, oscureciendo ya y cansados, no podemos evitar una mirada de recelo a la pista de aeropuerto sobre pilotes en el mar desde la que al dia siguiente saldremos hacia la China más interior. Por la noche, desde la ventana del hotel, a más de tres kilómetros de puente, el casino resplandece y cambia las luces y hace dibujos con ellas como un calamar contento.

3 comentarios:

Tirs dijo...

Pelu, te has olvidado el Tercer Principio:

3.- El dorado mola. Y si es sobre rojo, más.

No me digas que no lo notaste durante tus correrías.

Soldevilla dijo...

Sííí, claro. Es otra de las cosas que sorprende de China, nada es lo que parece. Casi todo, en función o en color, tiene un significado esotérico. Supongo que eso son manias que una sociedad va acumulando con el tiempo. Aquí en occidente como cada dos por tres alguien nos ha ido invadiendo, las manías ancestrales se han ido borrando excepto las más significativas. Pero en un pais que lleva varios miles de años sin una ocupación extranjera se van acumulando supersticiones y la vida se les convierte casi en un ritual. Curioso, pero un poco incómodo, supongo.

Tirs dijo...

¡Je! Dímelo a mí. La primera invasión que Japón sufrió en toda su historia fue en el año 1945. Después de Cristo, aclaro.
(O después del cristo, según se mire).