sábado, 23 de enero de 2010

Back to China (5)

El rio Yulong (II)
Nuevo día.
Nuestro Luminoso Guía, banderita en ristre, nos ha programado un rafting turístico subidos en unas almadías que en origen fueron una plataforma de gruesos troncos de bambú (aun quedan algunos) pero que ahora han quedado sustituidos por una serie de tubos de PVC que si no te fijas dan el pego, pero que lástima la mia...tengo la manía de fijarme. Al lado del rústico embarcadero se amontonan chiringuitos donde sirven pescado fresco a las ruidosas familias locales. Y atrás un bello valle de aluvión cultivado de arroz y salpicado por macizos de bambú que parecen apoteosis de fuegos artificiales verdes entre las aisladas colinas. Así que acomodo la mochila de cámaras, declino la invitación del guía, nos dedicamos una mirada de desprecio mutuo y me largo solito a dar de comer a los mosquitos vespertinos.



Sorprende el tono de verde de los campos y del bambú. Caminitos estrechos bordean las áreas dedicadas al arroz y bordeándolos unos canalillos por donde nadan con tranquilidad algo parecido a las sanguijuelas. La posición del valle no es la mejor para aprovechar la luz de la tarde pero en cambio puedo dedicarme a fotografiar a los campesinos en sus labores, contrastando sus camisetas contra el furioso verde del arroz. Mosquitos aparte, que tampoco hay tantos, es una tarde plácida donde disfruto del atardecer fotografiando con calma hasta que la luz es tan baja que ni el estabilizador es capaz de asegurarme las tomas.

Por la noche han programado una excursión para ver en directo la pesca con cormoranes. Básicamente consiste en atar una cuerda en el cuello de los cormoranes de forma que éstos pescan pero cuando intentan tragar el botín el nudo se lo impide y el humano aprovecha para quitárselo. De una u otra forma, siempre es la misma historia, un listo que se aprovecha del trabajo de los demás. De cualquier manera, estoy tentado hasta que tengo una visión de un pescador abuelete, como los que salen en los reportajes televisivos rodeado como una isla por flashes por todos los lados. Así que declino la invitación una vez más y me voy recibir un masaje y a cenar tranquilamente en una de las numerosas terrazas al aire libre que bordean la calle principal.
En un nuevo día, y ahí no me escapo, daremos una vuelta en una balsa de esas que en un momento pasado fueron de bambú. Bueno, puede estar bien. El rio para nosotros solos, con meandros que continuamente nos descubren nuevos rincones de lujuriosa vegetación tropical entre las omnipresentes colinas. Una ligera calima tamiza la luz y conforme avanza la tarde los paisajes por fin empiezan a parecerse a las aguadas de tinta china que he tenido en la cabeza desde que llegamos. Las barcas planean sin demasiados saltos y en ocasiones a nuestra sugerencia simplemente quedan a la deriva, y las cámaras funcionan a todo ritmo. Una vez puesto el Sol, una nueva propuesta. Esta vez es un megaespectáculo de luz y música en el que cientos de chinos con luces en barcas en el rio haciendo nosequé. Debo estar criando una fama de asocial importante, pero también decido ir por libre, mezclarme con la gente y cenar en cualquier parte. Cuando quiera ir aun sitio con mucha gente, ya me iré al campo del Barça. Después de cenar nos metemos en un bar y un cantante con una voz prodigiosa y una guitarra nos arropa mucho más que los heroicos cánticos de espectáculo fluvial.

Al dia siguiente, cuando nos alejamos de estas montañas mirando por la ventanilla del autocar con el aire acondicionado zumbando comprendo que hemos visto un país privilegiado por la naturaleza y entiendo que generaciones y generaciones de artistas chinos hayan venido hasta aquí y hayan dedicado sus vidas para plasmar la poesía que todavía hoy, por encima de las carreteras y turistas, envuelve estas colinas únicas. Sólo cuando pongo distancia con la realidad soy capaz de descubrir lo que he contemplado. Lástima que cuando lo descubro, siempre estoy lejos.
En la ruta hacia las montañas hacemos un par de paradas que después de lo que hemos visto, me parecen pueblecitos desiertos. Pero no, eso debe ser lo común en el mundo rural, donde la única diferencia entre un dia y el siguiente es que falta una hoja en el almanaque. En el primero algunas familias se dedican a montar los grandes abanicos decorativos que luego se ven en las tiendas de las ciudades. De forma absolutamente artesanal, pintan con cola las telas de seda y pegan los dibujos. Los grandes semicírculos rojos secándose al sol en el exterior de los talleres son la única nota de color en un pueblo en blanco y sepia. Del otro “pueblito pescador” ni siquiera tengo un recuerdo...