jueves, 15 de octubre de 2009

Back to China (4)

El rio Yulong (1)

Nos levantamos temprano y un poco de ruta nos lleva hacia el embarcadero en el rio Yulong. Me tiemblan las manos un poco cuando cojo la cámara, porque hoy remontaremos el rio hasta Yangshuo atravesando gargantas y meandros entre esas colinas que tan bien han sabido plasmar los pintores chinos con dos pinceladas de aguada y tinta china. Creo que van pasando por mi cabeza todas las imágenes que recuerdo y más que me invento y en todas voy buscando el encuadre, como aprovechar la niebla que se levanta y que dibuja apenas el perfil de las cimas de sus montes, y los árboles recortándose a contraluz, colgando como suicidas en paredes verticales imposibles.

Nada más lejos de la realidad. Desde buena mañana, el sol cae a plomo fundido sobre el paisaje, que goza de una nitidez envidiable. Por si esto es poco, me he olvidado de que esto es verano y es China: No menos de una docena de barcos esperan en el embarcadero, llenándose hasta la sirena de autóctonos con ganas de vacaciones, fotografiando lo fotografiable y lo que no lo es y hablando a gritos, entre ellos y al móvil. Por si fuera poco, el espíritu gregario de los locales acaba con las pocas ilusiones que me quedaban. Dado que el rio va describiendo curvas bastante cerradas, a poco que los barcos salgan mínimamente espaciados encontraré momentos en los que el rio no tendrá a la vista más barco que el nuestro, y bueno, con algún degradado y Photoshop igual salvamos alguna toma. Pero no. Los barcos parten uno tras otro, tan cerca que de vez en cuando los vociferantes turistas locales de mi barco pueden hablar con los vociferantes turistas de otro barco. Así que juro en arameo, guardo la cámara en la bolsa y otra vez será.


(foto de Pili) La larga marcha, por delante y por detrás.

Por el camino se acercan en balsas de bambú y se juegan la piel en ello algunos lugareños a intentar vendernos artesanía turistera. Búfalos tallados en madera y una especie de coles talladas en jade, que ya tiene guasa la cosa, como si no hubiese otros motivos para esculpir.

Mediada la tarde llegamos a destino. Yangsuo. No puede ser... ¿quien me está haciendo esto??? ¿donde está la China rural que yo quería ver? En el muelle un frenesí de chinos ofreciendo de todo, que si una foto con mis cormoranes, que si abanicos, abalorios... sólo faltan los sombreros mejicanos! Una vez sorteada la avanzadilla, en la retaguardia hay una larguísima hilera de puestos para vender artesanía, recuerdos, imitaciones... si me quito las gafas para desenfocar un poco, podríamos estar en el paseo marítimo de cualquier ciudad turística de la costa mediterránea en plena temporada.

Al final, reprimiendo las ganas de salir corriendo, llegamos a una placita tranquila donde está nuestro hotel. Un hotel lejos del esquema hotelero, una casa convertida con muy pocas habitaciones que vamos a disfrutar para nosotros solos. Pongo un pie dentro... ¿estoy en China??? Música latina, las paredes pintadas como si fuese una selva amazónica, con loros y todo y un gran poster de Bob Marley presidiendo el Hall-bar-pub. Ahora estoy seguro, me han pillado para un programa de cámara oculta.

Descargados de equipajes y comidos (eso siempre suaviza el humor) una Tsingtao fresquita me enfría los ánimos y me confirma que sí, que estamos en China, y que una vez más me he dejado llevar por mis prejuicios. Estaba intentando ver mi China, y estoy viendo la China de los chinos. Es suya y además son muchos, así que tengo que hacer un esfuerzo de adaptación, abrir la mente más que los ojos y dejar fluir la información sin ponerle filtros preconcebidos.

La placita donde estamos es una isla de tranquilidad en el pueblo. A sólo una bocacalle, el comercio estalla como sabe hacerlo cuando hay afluencia masiva de turismo, y no hay local, bajos ni portería que no esté ocupado por restaurantes, alguna discoteca y tiendas de artesanía. Por las calles fluye un enorme volumen de turismo interior disfrutando de su recién estrenada clase media, comprando recuerdos, riendo mientras se fotografían miles de veces, comiendo. Apenas ves de vez en cuando algún occidental. Unos americanos, con la misma cara que les pone Forges a sus perdidos en el desierto, nos suplican por la dirección del McDonals... estos están mucho peor que nosotros! Ya me siento mejor. Apenas caminas unas cuantas calles, el pueblo va recobrando lo que tiene de pueblo, y vuelve a haber niños jugando por las calles, señoras sentadas en la calle haciendo labores domésticas y grupitos aquí y allá, a la sombra de árboles, hablando indolentes. Esto me dice que estamos en el centro del huracán y que bastará alejarse un poco para tocar un poco la China más cotidiana.


Las tres chicas del hotel, les debía este homenaje.... El feo de al lado sólo está ahí como escala.

Al dia siguiente, con los biorritmos estabilizados, creo que me he enamorado de las tres (chicas? niñas?, sigo siendo incapaz de poner edades) que atienden en el hotelito. Son como ratitas hacendosas moviéndose a saltitos de un lado para el otro constantemente. Que llegas sudando como un buey y te desmoronas en un banco. Enseguida hay una que pone en marcha un ventilador que tiene un artilugio que con un segundo ventilador vaporiza agua y hace bajar muy efectivamente la temperatura. Solo tienes que señalar para que aparezca en la mesa una cerveza de 600 cl. . Puedes bajar de la habitación a cualquier hora y allí están ellas preguntándote que quieres desayunar y puedes volver derrengado, ya de noche, y allí están ellas con la misma sonrisa de todas horas. Igual es que son muchas y se van turnando y no soy capaz de reconocerlas, pero me supera su alegría y su energía.

Realmente hay poco que hacer así que, a regañadientes del guía chino asignado, que sueña con conducir al rebaño obediente tras la banderita que enarbola como la Libertad en el cuadro de Delacroix, por doce euros gasolina incluida nos alquilamos una moto para todo el dia y un par nos largamos a buscar nuestro Mardi Grass oriental. Estábamos en lo cierto. A un acelerón ya no queda ni rastro del bullicio turístico y podemos disfrutar de una carretera bordeada de árboles y rodeada de campos de cultivo de arroz y pueblecitos y gente que se afana en lo diario. Un camino que parte de la carretera nos pierde por caminos agrícolas. Hay que ir con cierto cuidado, porque si nos perdemos vamos a tener problemas para conseguir que alguien nos explique como salir de allí. Pero la visión del paisaje compensa todos los temores y por fín la cámara funciona con regularidad. Por todas partes, el paisaje cárstico ha dejado su impronta y en muchas de las muchas colinas aisladas que pueblan el campo vemos agujeros y cuevas. En una de las colinas, formadas por erosión más tarde que las cavernas, una cueva cerca de la cima atraviesa la montaña de parte a parte, dejando ver a su través el cielo como un gigantesco ojo de aguja. Un poco más adelante, sin ninguna señalización que la haga singular, a pié de camino encontramos la entrada de una gigantesca cueva, de muchos metros de alto y de ancho, de la que fluye un riachuelo fresco y transparente. Es un buen sitio para echar pié a tierra, refrescarse y descansar, y comprobar que debería haber hecho caso a mi pareja y ponerme crema solar, pues parezco una turista sueca en Benidorm.


La cueva. Algo de estas dimensiones en Europa estaría señalizado, iluminado, tendría un centro de interpretación y una caseta de recuerdos. Aquí sólo suministraba agua al campo de arroz cercano.