jueves, 24 de septiembre de 2009

Back to China (3)

Guilin

Gulin no es más que una estación en el recorrido. Sólo pararemos lo justo para cambiar el avión que nos ha traido desde Cantón, cenar, dormir y tomar el barco en el que remontaremos el rio Lijiang.

Cenamos demasiado abundantemente y caminamos informalmente por la pequeña ciudad de 2 millones de habitantes. Todas las pequeñas ciudades de China tienen 2 millones de habitantes. Pero el guía local tiene que hacer su trabajo y nos lleva al lago Shanshu, en el centro de la ciudad, famosísimo según él porque tiene dos pagodas. Y las tiene, en el medio del lago. Supongo que de día su aspecto puede ser evocador, pero de noche ese especial talento estético chino las ha convertido en unas horteradas llenas de luces, una de color azul y otra de color amarillo. En las carreteras españolas he visto wiskerías con mejor gusto. Hay un caminito que bordea el lago para pasear y por ahí vamos cuando se hace la hora de apagar las luces y las apagan, y nos quedamos como en boca de lobo. Menos mal que en los viajes quien más y quien menos lleva una linternita por lo que pueda pasar... Hay que convencer al guía de que a pesar de que en su itinerario está la visita de la pagoda, la han apagado, es de noche y no se ve un pijo. No se si lo entiende, pero salimos a la luz.

(foto de Pili)

A las tres de la madrugada, mi sensación durante la cena se confirma. Me muero de sed. Tengo la lengua como un felpudo. Como nos han advertido de que mejor no beber agua del grifo, miro en la neverita de la habitación y no hay nada bebestible. Me visto y farfullo a mi pareja que voy abajo, a recepción, a intentar conseguir agua.

No debe ser así, pero en recepción hay un par de niñas de unos 12 años. Me resulta muy difícil calcular la edad de las mujeres chinas. Mantienen un aspecto infantil hasta la menopausia, diría yo.
-Yijao- saludo. Ella sonrie atenta y yo le suelto en mi horroroso inglés la frase que he ido cociendo mientras bajaba:
-Can I have a bottle of water?
Ella sigue sonriendo y me mira con la misma cara que pone mi gato cuando le explico un chiste.
Repito la necesidad cambiando la frase. Tanto da, se lo digo en catalán y en castellano. Lo entiende igual. Ni idea de nada que no sea chino. Me veo amorrado al grifo y ya curaremos las diarreas cuando lleguen.

Bueno, soy hombre de recursos, le pido un papel y jugamos al Dicciopinta, yo ganaba siempre a eso. Dibujo un vaso, un grifo, un señor bebiendo y no se cuantas cosas más, y sólo recibo la atención y la sonrisa.

Sale del ascensor un chino panzudo y sin pararse me anuncia los servicios de final feliz de la 5ª planta - Massage, je, je, je-

-Si hombre, con la sed que da eso, pienso.

La recepcionista va a buscar a otra chica, vuelvo a repetir todo el proceso, y ahora obtengo...dos sonrisas. El vigilante que dormita sobre su mesa de recepción levanta ligeramente la cabeza y me mira con fastidio, pero enseguida vuelve a enterrar la cabeza entre los brazos y se vuelve con Morfeo, se llame como se llame el Morfeo chino.

Doy un vistazo desesperado a la habitación de donde ha aparecido la segunda chica y veo un ordenador. Me cuelo sin pedir permiso (tampoco me ivan a entender) busco la utilidad de traducción de un navegador, escribo de nuevo el mensaje en inglés y apreto la tecla de traducción al chino. Conforme aparecen los caracteres en la pantalla, veo que las sonrisas se hacen más amplias y hay un brillo en los ojos. Por fin!!! No les doy dos besos para que no me acusen de pedofília!! Salvado!!

Mi recepcionista sonriente me hace una señal para que la siga, salimos del hotel, caminamos un par de bocacalles y me lleva a una tiendecita donde unos cuantos chinos juegan a las cartas en el exterior aprovechando el fresco de la noche. En la nevera hay una buena cantidad de botellas de agua de litro y medio.

Tres cuartos de hora mas tarde apago la luz de la habitación, no sin antes dirigirle una mirada de amor a la botella de plástico recubierta de condensación que ocupa el centro de la mesita de noche.

martes, 8 de septiembre de 2009

Back to China (2)

Canton

Insistí personalmente en ir a Cantón. Cantón está a un tiro de piedra (bueno, a un ratito en un jet-foil) de Hong Kong y ver como se había mezclado una cultura tan mediterránea como la portuguesa con la china me parecía un experimento que pedía al menos unas horas. Ya, ya se que Portugal no tiene costas mediterráneas, pero el brazo del Mare Nostrum es muy largo.

Cantón o Macao, según que mapa uses, está dividida por una anchísima ria, cruzada por varios puentes. La parte norte corresponde al núcleo antiguo y nuestro hotel estaba en el lado equivocado. En el hall del hotel hay un atril con un libro de fotografías de Cantón de principios del siglo XX realizadas por un capitán portugués. Algún cliente con un extraño sentido del humor lo ha dejado abierto por la página dedicada a decapitaciones públicas. Mientras se reparten las llaves, hojeo las viejas fotografías de calles, personajes, trajes y me pregunto que queda de todo aquello.
Ya en el núcleo norte, nos recibe el casino. El casino es difícil de describir. Es una especie de gigantesca calabaza dorada llena abalorios y bombillas. Es un árbol de navidad reflejado en una de las bolas que cuelgan de él. Es nuestro primer contacto con los principios básicos del diseño moderno chino:

Principio 1.- A todo le cabe una bombilla más.

Principio 2.- Nada es suficientemente hortera.



Afortunadamente, basta caminar dos bocacalles para estar casi en el interior del libro del hall. Calles estrechas, rotuladas en portugués, con todo el regusto de una colonia de ultramar, empinándose hasta la antigua fortaleza que corona la colina, erizada de cañones y de turistas locales fotografiándose encima de cada piedra. En mi grupo predomina más mala leche, y como descubrimos que hay un cañón que apunta a través de su tronera directamente contra el casino, ordenaditos, todos hacemos la misma fotografía.

Nos desplazamos en autobús hasta un pequeño templo. Nada grandilocuente, un pequeño templo utilitario detrás de un muro en una calle absolutamente anónima. La refrigeración del autobús está tan alta que al salir de él se empañan todas las ópticas y espejos de mi equipo fotográfico. El pequeño templo tiene un rincón precioso, con una especie de armario plagado de pequeños cajones donde honran las cenizas de fieles que han decidido reposar allí por los restos. Unos rayos de luz que se cuelan por agujeros del techo iluminan aquí y allá los manojitos rojos de incienso esparcen volutas de humo azul. La fotografía es perfecta, pero allí estoy yo, como un cormorán secando las alas, en un pasillo al sol intentando que el calor de la mañana se lleve el vaho de mi equipo. Justo cuando todo el mundo ya está en el autobús de nuevo, desaparece la última mancha de humedad del objetivo y yo desaparezco dentro del templo a la búsqueda de esa foto, pero hay poca luz y mucho apremio. Aguanto la respiración, confío en el estabilizador, disparo y pierdo. La foto está movida.
Creo que ya estoy enfadado para el resto del dia, así que en cuanto estaciona el congelador me escapo a callejear y descubro un coqueto cementerio cristiano en medio de la ciudad. Un raro espacio abierto y silencioso entre los apilados edificios donde me quedo un rato fotografiando. Los ángeles de mármol tienen mucha paciencia posando mientras los rodeo buscando encuadres.



Nos sorprende que todas las ventanas y galerías están fuertemente cerradas por barrotes y nos cuentan que eso es para que los niños que se quedan solos en casa no tengan ningún accidente mientras los padres trabajan pero creo que no se lo cree nadie, y nos quedamos con las ganas de una explicación razonable. Los barrotes se explicarían en las plantas bajas o incluso en los primero y segundos pisos, que han perdido toda intimidad por mor de los pasos elevados que en muchas partes han construido para intentar librar a los peatones del tráfico, pero parecen de difícil justificación en un sexto o más arriba. Conducir en China debe ser una de las actividades más estressantes que se pueden realizar, solo reservada a autóctonos y suicidas.


A la vuelta, oscureciendo ya y cansados, no podemos evitar una mirada de recelo a la pista de aeropuerto sobre pilotes en el mar desde la que al dia siguiente saldremos hacia la China más interior. Por la noche, desde la ventana del hotel, a más de tres kilómetros de puente, el casino resplandece y cambia las luces y hace dibujos con ellas como un calamar contento.